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Viajó a Madrid para acosar a su ex y le puso un GPS en el auto: lo detuvieron cuando volvió a la Argentina y, en el camino, se sacó una pulsera electrónica


Carlos Marcelo Di Stefano intentó huir, pero lo atraparon en el aeropuerto de Barajas. Por orden judicial debía ser monitoreado. Pero se arrancó el dispositivo y lo recapturaron, ahora en Ezeiza.

Carlos Marcelo Di Stefano tiene 56 años y una amplia cosecha de causas y denuncias en la Argentina. También en España. Allí viajó el 24 de abril para acosar a su ex esposa, que hace años buscó refugio en un pequeño pueblo de las afueras de Madrid para alejarse del peligro. Él le pegó un celular debajo del auto: quería conocer al detalle los movimientos de su expareja y su familia, incluidos los tres hijos que tuvieron juntos.

La víctima descubrió el artefacto, la Policía española detuvo al hombre cuando intentaba huir y una jueza ordenó colocarle una pulsera electrónica. El hombre se la arrancó y ahora, tras el pedido de la mujer y una orden judicial, fue detenido en su vuelta a Ezeiza.

La historia tiene ribetes estereotípicos, como salidos de la más haragana película hollywoodense. También abunda en detalles macabros que, según las autoridades españoles, son «indicios racionales de criminalidad suficientemente importantes». 

Di Stefano se trasladó el 24 de abril a España. Tenía pasaje de regreso para el 30 de mayo. Cuál era el plan completo es una pregunta que sólo él puede responder. Los investigadores intentan acercarse a la respuesta. Hasta ahora saben que pasó tres días en un hostel madrileño, que alquiló un auto y que luego viajó a Pozuelo de Alarcón, justo al este de la capital, como cita la página Encripdata, que sacó a la luz el caso.

La alarma sonó cuando A. (su ex, de 41 años), de quien Di Stefano se separó en 2010, encontró un teléfono celular adherido con cinta al chasis de su auto.

No tuvo dudas: detrás de ese artefacto podía estar su exmarido. Efectivamente, la Policía encontró que el chip prepago había sido dado de alta por Carlos Marcelo Di Stefano. Lo curioso es que Migraciones, desde Argentina, debía enviarle un aviso ante la salida del país de su exesposo. El sistema falló y el mensaje nunca llegó.

De acuerdo a la resolución oficial a la que se arribó tras una investigación exprés, «el objetivo de Di Stefano era conocer los lugares frecuentados por A. y su familia, tenerlos controlados, y para ello colocó un dispositivo móvil en los bajos del vehículo, siendo que no puede descartarse su intención de atentar contra ella».

Entonces la historia se aceleró. El hombre, que en Pozuelo de Alarcón dormía en el vehículo alquilado, supo por la señal GPS que el celular estaba en la comisaría. Quiso adelantar su vuelta a la Argentina. Pero la Policía Nacional lo detuvo en el aeropuerto de Barajas.

Lo excarcelaron unos días más tarde. Se emitió una resolución judicial para colocarle una pulsera electrónica. Querían seguirle el rastro y evitar que se acercara a su expareja y a sus hijos. Como parte de las medidas preventivas, le impusieron un cerco de 1.000 metros sobre ellos y le prohibieron acercarse a la localidad donde viven.

Pero el hombre se arrancó el dispositivo. A. supo que la pulsera había dejado de entregar señal. Temía que el hombre se acercara a ella o a sus hijos para concretar amenazas: «No llegás a los 40», supo decirle a la mujer, y hasta mandó mensajes amenazantes a los celulares de los jóvenes.

Finalmente, lo detuvieron en Ezeiza cuando regresó a la Argentina. Se había arrancado el artefacto de seguimiento para no levantar sospechas en Barajas. Pero los tribunales argentinos ya habían liberado, por solicitud del abogado de la mujer, una orden de detención por los hechos más recientes.

No es la primera vez que el hombre la sorprende en España: ya se había topado con él un año después de emigrar.

Veinte años de violencia de género, amenazas y una deuda millonaria

Su regreso tenía fecha límite. Es que este lunes 5 de junio comienza un nuevo juicio en su contra, con cargos por amenazas agravadas reiteradas, incumplimiento de los deberes de asistencia familiar e insolvencia fraudulenta para no cumplir con esas obligaciones.

Las primeras denuncias se presentaron en 2011, después de la separación del matrimonio. Amenazó a su exsuegra con un arma de fuego, se cortó un dedo y escribió en la pared, con su sangre, la palabra «Puta». El mensaje estaba dirigido a A., a quien no alcanzó a ver.

Lo condenaron a un año y siete meses de prisión. También pesaba sobre él una prohibición de contactar a sus familiares. Como el hombre incumplió esa restricción le aumentaron la pena dos meses.

En total, la mujer radicó una treintena de denuncias por maltratos y amenazas, entre ellas la promesa de que iba a matarla a ella y a sus hijos. También le concedieron una docena de perimetrales. La deuda de asistencia familiar asciende a 13 millones de pesos.

Después de que el Juzgado de Familia N° 5 de San Martín le diera la custodia completa de los hijos que tuvo con Di Stefano, A. se radicó en las afueras de Madrid. En Pozuelo de Alarcón recomenzó su trabajo profesional y también su vida familiar. Además de los tres de su primer matrimonio, hoy dos de ellos mayores de edad, también tiene otros dos hijos con su nueva pareja.

Pero ni siquiera de esa manera, a miles de kilómetros y con ese cambio rotundo, pudo encontrar la paz.

DS

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