Lindo desafío mantener la vigilia mientras sentís un efecto equivalente al de mil clases de yoga. Sólo el Planetario parece prestarle atención a un objeto único, perfecto, refinado, elitista: sus butacas son un viaje de ida (a Marte) y quizás sirvan para entender que la magia no está en el brillo de la luna, sino en cómo la soñás.
Esta ciudad es así: por un lado te brinda el secreto oculto del Planetario y por otro te quita capacidad de huesito dulce con esos sillones de cemento tapizado que están por la calle y son como tirarse de cabeza a una pileta sin agua.
Es un día de semana cualquiera a eso de las 13.30. Cola de media cuadra. ¿Pintó juntada en el Planetario? Y sí, para algunos mirar el cielo es como ir al psicólogo.
Comodidad desde el principio
Las entradas son sin numerar. Ahí empieza la comodidad. Adentro vas a sentarte en una butaca ergonómica estilo Gamer que aquietará cualquier tipo de rebeldía.
Debería haber gente pidiendo que se normalice dormir en el Planetario.
Butacas esmeradas que llaman la atención de movida. Las probás y se inclinan como las del dentista, pero con luces apagadas, musiquita onda Vangelis, constelaciones en el techo y sin odontólogo…
¿Cansará el Planetario? Primero ves todo rojo, después todo azul, después sentís que no te duele nada, que los músculos están laxos, las cervicales en su lugar y que el cuerpo regula a la temperatura correcta. De fondo, los lacios confines del espacio exterior con su milagro de piedras flotantes.
A veces puede que uno tenga la sensación de que en el universo nunca ocurre nada y que la astronomía no es más que un invento de Carl Sagan.
Los párpados pesan toneladas aunque el cerebro está activo y sólo especula con la insólita capacidad de sosiego que se puede alcanzar con unas 300 personas alrededor. Pensás que el yacimiento de fósiles durmientes encontrado al final de la función será testimonio de la vida en la Tierra mientras uno visita el Planetario.
Cuando creías que se había despertado el viejo sueño infantil de ser astronauta, comprendés que la libertad con la que soñabas es la misma que ahora te da sueño.
Una butaca para aprovechar
Hay que aprovechar la butaca. Hay que saber hacerle el amor. Permitir que irradie su sana armonía de respaldo con inclinación fija. Dejarla ser –let it be-, que modifique su posición haciendo que haya una visión perfecta desde cualquier punto de la sala. Nunca habrá gente alta que te tape la pantalla en el Planetario. Y boca arriba, los pochoclos no se recomiendan. Ni se venden.
El edificio se comenzó a construir en 1962 y demandó cinco años de trabajo. Existe una butaca de planetario. Es como decir sillón de oficina o mesita de luz. Imaginen que la marca alemana Porsche empezó a usar la misma tecnología para llevar el diseño de los asientos de sus autos de competición a los modelos de calle.
La industria global de las butacas amplió fronteras estéticas y se deconstruyó gracias al descubrimiento de la butaca para Planetarios. La noticia es que ahora milita una “butaca de mujer”, necesariamente boceteada porque su físico es distinto, su cultura corporal también y porque, como explicó la creadora, “era el momento de dar voz a este particular».
El chiste de los Planetarios consiste en el desplazamiento de la pantalla de cine de la pared hacia el techo. Para esto sirven esos sillones esenciales. En otras palabras, no vas a sentarte en nada igual si no estás aquí.
En una época, las butacas del Planetario porteño tuvieron una especie de vibrador incorporado para lograr el efecto de cohete eyectado. El coso parece, nos cuentan, hacía descomponer a mucha gente y se decidió sacarlo. Luego retapizaron los sillones.
Somos este cuerpo que vuelve por primera vez en años al Planetario. Un cuerpo que no sabe lo que va a pasarle cuando experimente De la Tierra al Universo, espectáculo de cielos nocturnos y recorridos por teorías de antiguos astrónomos griegos.
Encima, es barato
La excursión, encima, es baratísima. Por 600 pesos entrás al Planetario y sentís que saliste de la Ciudad sin necesidad de trasladarte para hacer “astroturismo” en Chascomús.
Mientras sientas el Planetario cerca, esa butaca nunca se irá del todo. ¿Habrá gente que saca entradas para las butacas del Planetario?
Dan ganas de robarse una.
La primera función del Planetario Galileo Galileo sorprendió al edificio a medio construir. Esto es, sin butacas. Fue una función para estudiantes donde se mostró el cielo del Polo Sur.
El lugar arriesgó su reputación de manera no oficial el 13 de junio de 1967 con un espectáculo para los chicos de la Escuela de Comercio N° 1, de Banfield, y del Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, del barrio de Flores. Los pibes parados también descubrieron la tortícolis.
Se lo comentamos a la gente de la Asociación Argentina Amigos de la Astronomía. ¿Les ha pasado de quedarse dormidos en el Planetario? “Las experiencias son diferentes para cada persona. En nuestra asociación hay socios a los que les gustan las actividades del Planetario, y otros a los que no…»
A la salida de la función, mucha pareja. Cita romántica el Planetario. Preguntamos: “¡Altísima butaca!”. “El secreto está en el respaldo curvo”. “A mí me encanta todo lo que tiene que ver con los planetas, la que anduvo medio cabeceando fue la Jime…”
WD