Taylor Swift entendió desde el principio qué significa tener un fandom (un conjunto de fans) en tiempos como éstos. No sólo supo enfocarse en la era digital y conectada en red global, sino también en años de pandemia.
Por eso, creó una comunidad. Y tenerla de ídola no sólo es cuestión de adorarla como una Genia y una Role Model: es ser un poco ella. Es decir, convertirse en una Swiftie. Seguir a Taylor implica pertenecer a una comunidad. La chica de Pensilvania creó una subcultura con toda la impronta del neofeminismo, apta para la turbulenta fase adolescente.
Cuando le tocó adelantar los temas a tratar en su álbum Midnights, enumeró: 1. Autodesprecio, 2. Fantasías de venganza, 3. Preguntas sobre lo que no fue, pero podría haber sido, 4. Enamorarse y 5. Destruirse. Como se ve, nada en su mundo es blanco o negro.
Las contradicciones, la ambigüedad, la inestabilidad, los grises que no calzan en los emoticones disponibles: como cantautora sabe dónde duele y lo sabe cantar hasta que la empatía se produce. La cowgirl que pintaba para Soledad, de pronto, soltó el poncho y se convirtió en una Lali del Primer Mundo, con bikini brillante y todo.
Una panorámica del estadio, que estará colmado. Foto Martín Bonetto Pero incluso si juega a mostrase como una Lolita Bimbo, también lleva los dientes afilados. Una de sus metáforas la retrata como una rosa con espinas, por si hacía falta recordar todo lo que este año volvió con el Boom Barbie: la postura «Me gusta el rosa y qué» (o Feminismo Bimbo).
Musicalmente, sabe alimentar su fórmula de balada folk pop con las influencias de sus contemporáneas (Lana del Rey, Lorde), así como adecuar su sonido al indie rock, el hip hop y la electrónica sin perder su esencia. Por otro lado, es impresionante su fertilidad compositiva, se podría decir que es una «Songaholic»: una fuente inagotable de canciones.
Su sección en Spotify no deja de acumular contenido (hasta mixes, remixes, versiones, etc.). Hay un tipo de pulsera, una forma general de vestir y una estructura de sentimiento y reflexión, además de una inclinación política (contra la derecha populista de Trump, que aquí se tradujo como voto anti Milei), que a una chica (o chico, o chique) de 2023 lo convierten en Swiftie.
Alguien orgullosa/o de estar viviendo en un complicado y complejo 2023, sabiendo que tiene un grupo de contención que canta una que saben todas y todos.
POS