Roger Waters finalmente dio un círculo completo en su carrera: pasó de ser el ejemplo casi perfecto del rockero políticamente correcto a convertirse ahora en una suerte de salmón nadando contra la corriente, peléandose con quien sea con soberbia y arrogancia.
A los 80 años, el autor de obras antibélicas que marcaron a una generación (o dos) como The Wall está despidiendo su carrera envuelto a polémicas políticas de todo tipo, desde vestir como jerarca nazi en sus shows en plena Alemania, equiparar a Anna Frank con la periodista palestina Shireen Abu Akleh y justificar la invasión rusa a Ucrania, hasta condenar a Israel y prácticamente justificar al ataque terrorista de Hamás, ganándose de pronto el adjetivo de antisemita.
De hecho, en esta tercera visita a la Argentina, se habló más de los asuntos extramusicales, y su peso artístico pasó a un segundo plano a pesar de haber agotado dos River y convocar a unos 150 mil fans.
A las 21.20, en cuatro pantallas gigantes se podía leer: «Si eres de los que dicen ‘Me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’ harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento».
Anunciado para las 21, el concierto se demoró más de veinte minutos. A las 21.06, la voz en off de Roger Waters anunciaba: «Ladies and gentlemen, the show will begin in 15 minutes». Y así fue.
Abrió el concierto cantando sentado en una silla vestido de médico frente a un muñeco en silla de ruedas, a modo de puesta en escena para Comfortably numb, una de las canciones más emblemáticas de The Wall.
El clima acompañó: la llovizna paró justo cuando aparecía Waters en el escenario. Foto Emmanuel FernándezAntes de hacer al piano un tema bastante nuevo llamado The bar, arrancó un discurso que fue ganando fuerza. Primero dijo en forma elíptica que la canción que iba a hacer era sobre un bar, que es un lugar donde uno se puede juntar y compartir opiniones sin por ello ser «arrastrado a la cárcel».
Después fue más explícito: «Vine muchas veces a Buenos Aires y siempre traje música. No sé si saben que los hoteles de Buenos Aires no me quieren hospedar porque lucho por los derechos humanos. Eso es algo que me enseñó mi madre y nunca olvido. Y hay que decirle a los poderes de turno que respeten los derechos humanos. Y se deberían respetar del río Jordan al Mediterráneo».
Cuando se refirió a los hoteles, el abucheo en el estadio fue generalizado, en clara señal de apoyo al artista. Luego, largo aplauso.
La primera parte del cartel de bienvenida. Fotos Emmanuel FernándezLa segunda parte de la leyenda. Foto Emmanuel Fernández
Una visita rodeada de polémica
Para empezar, la semana pasada hubo dos importantes hoteles (Faena y Alvear) que se negaron a hospedarlo, y el mismo día del show se difundió un pedido de amparo de la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) ante la Justicia, solicitando la suspensión del recital por presuntos «expresiones y mensajes antisemitas» durante su presentación en Uruguay el pasado viernes.
«Además de poner en duda la masacre terrorista cometida por Hamás el 7 de octubre asegurando que fue un invento de Israel, durante el show en Uruguay insultó al presidente de la Comunidad Judía de Uruguay y acusó a Israel de asesinar al pueblo palestino», remarcó la entidad judía.
«Repudiamos, condenamos y consideramos peligrosos los mensajes antisemitas que el ex líder de la banda Pink Floyd viene repitiendo en sus presentación públicas», concluyó.
Incidente entre una madre de un alumno del colegio ORT y miembros Stand pro Palestina MST Foto Juano TesoneEste martes a la tarde, varias horas antes de que comenzara el show, se dio una discusión entre los miembros de un grupo pro Palestina que habían montado un gazebo a cien metros del estadio y una mujer -madre de un alumno del colegio Ort- que llevaba una bandera de Israel en la espalda.
Horas antes del show, la justicia federal ordenó al artista que se abstenga de hechos o expresiones antisemitas o discriminatorias durante el recital.
Un gran espectáculo
La misma soberbia y arrogancia que Roger Waters exhibe hablando de política es la que lo llevó a apropiarse de Pink Floyd en los años ’80 y creer que la banda iba a morir tras su partida. Se equivocó, es cierto, porque el guitarrista David Gilmour no solo tenía los derechos del nombre sino que salió de gira. En aquella época, los fans estaban de parabienes: tenían a dos artistas tocando las canciones de Pink Floyd en vivo.
Esta gira actual se llama «This is not a drill» (Esto no es un simulacro), y está basado en un repertorio que logra reunir lo mejor de Pink Floyd y canciones de su carrera como solista. Se anuncia, de manera solapada y no definitiva, como su última tour.
El resultado, sumado a su característico arsenal de pantallas gigantes de video, fuegos artificiales, luces y lásers multicolores y efectos especiales, es un recital de antología.
Enorme espectáculo artístico. Foto Emmanuel FernándezA lo largo del show de proyectan textos e imágenes con iconografía clásica de Pink Floyd, además de material nuevo con mucho uso del documental asociado a la guerra, La constante es el llamado de Waters a resistir contra el capitalismo, el fascismo y la guerra, defendiendo os derechos de palestinos, yemeníes e indígenas, los derechos reproductivos, los derechos de los trans y los derechos humanos en general.
La primera parte
El inicio del recital fue con Comfortably numb y no la hilvanó esta vez con The happiest days of our lives, que suele ser la segunda de su hoja de ruta.
El toque solista llegó con The powers that be (de Radio KAOS, 1987), The bravery of being out of range (de Amused to death, 1992) y The bar, una flamante balada tocada en piano que estrenó el año pasado en plena gira.
Para cerrar la primera de dos partes apeló a un puñado de clásicos de la década del ’70: Have a cigar, Wish you were here (Parts VI-IX), Shine on you crazy diamond y Sheep.
A esta altura, los fans estaban extasiados: escuchar esas canciones con sonido impecable y en vivo fue una experiencia única, que se ve aumentada con el bombardeo de imágenes y efectos.
Esa primera mitad bajó la persiana con textos contra el aborto, con imágenes donde pide a las «ovejas» que «resistan». Cerró con un cartel gigante que decía «Resist fascim, resist war», mientras explotaban fuegos artificiales.
En el intervalo, la mayoría del público cantó: «Hay que saltar, el que no salta es militar» y luego, «El que no salta votó a Milei» y, finalmente, «Nunca más».
Un final antológico
De pronto, del sonido cuadrafònico del estadio se comenzó a escuchar un murmullo multitudinario que repetía «Hammer! Hammer!¨ en alusión al icónico martillo de The wall, además del sonido de sirenas y helicópteros (y un chancho inflable flotando por encima de todo el campo). En efecto, se apagaron las luces y arrancó In the flesh, nuevamente con Waters sentado en una silla de ruedas. Enganchó con Run like hell y la alegría era general: un clásico en vivo, con fuerza y energía.
El tramo solista llegó con Dejá vú y enseguida Is this the life we really want?,. donde llenó las pantallas con carteles de «Stop the genocide» y pedidos por los derechos palestinos, derechos yemeníes, derechos indígenas, derechos trans, derechos reproductivos y derechos humanos. Tal vez fue el momento donde bajó línea de manera más explícita y menos poética.
De ahí en más, con el sonido de monedas de Money, empezó la recorrida por The dark side of the moon, donde la atemporalidad y belleza de las canciones de 1974 se comprobó una vez más. Hizo nada menos que Us and them, Brain damage y Eclipse, nuevamente maravillando a todo el estadio de River.
Para el cierre, casi rozando las dos horas de concierto, llegó el melancólico Outside the wall y sus versos que dicen «Solos o en pareja, los que realmente te aman caminan arriba y abajo, afuera de la pared, algunos de la mano y algunos reunidos en bandas».
Y concluye: «Los corazones sangrantes y los artistas se mantienen firmes, y cuando te hayan dado todo, algunos se tambalean y caen; después de todo no es fácil golpear tu corazón contra la pared de algún maldito loco»