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Muere Fujimori, «el Chino» de origen japonés que gobernó Perú una década como un autócrata

«Después de una larga batalla contra el cáncer, nuestro padre, Alberto Fujimori acaba de partir al encuentro del Señor. Pedimos a quienes lo apreciaron nos acompañen con una oración por el eterno descanso de su alma». Así de lacónicos fueron sus hijos Keiko y Kenji en la noche limeña, al anunciar la muerte del exautócrata. Tenía 86 años. Es muy difícil que la historia de Perú le asigne el lugar que ellos esperan. «Gracias por tanto papá!», expresaron no obstante a través de la red social X. La misma gratitud partió de los dirigentes de la derechista Fuerza Popular que lo consideraban una figura providencial.

La situación se había complicado durante las últimas horas. «Estamos rezando por su recuperación», dijo Miguel Torres, uno de los principales dirigentes del fujimorismo. El legislador de ese espacio de derechas, Alejandro Aguinaga, fue mucho más dramático: «está luchando» por su vida.

Los medios de prensa peruanos coincidieron este miércoles en que la situación era muy delicada a unos nueve meses de haber dejado el penal de Barbadillo, tras haber recibido el controvertido beneficio del Tribunal Constitucional. Esa instancia, contra la opinión de los dirigentes defensores de derechos humanos y parte del arco político, repuso el indulto humanitario que había recibido en 2017 del entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski.

El «Chino», como solían decirle al exmandatario de origen japonés, vivía con su hija y fundadora de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, en el distrito limeño de San Borja. De acuerdo con el diario capitalino ´El Comercio`, el hombre que gobernó con mano de hierro y debió abandonar el país en medio de una revuelta popular, después de una década de estar al frente del Palacio Pizarro, se encontraba delicado de salud desde hace una semana.

Hace una semana, Fujimori fue a la Clínica Delgado, en el barrio de Miraflores, para realizarse exámenes de rutina. Lo hizo acompañado de Kenji. Entonces, la prensa le preguntó si seguían intactas las aspiraciones paternas de presentarse a las elecciones generales de 2026. «Vamos a ver», dijo, de modo evasivo. Esas palabras adquieren por estas horas otra relevancia.

Una biografía controvertida

En julio pasado, Keiko había hecho saber a los peruanos sobre la decisión de el «Chino» de volver a competir por la presidencia. El octogenario creía ser el portador de una gran biografía política que merecía ser reivindicada. Todo comenzó por azar, en 1990, cuando el desconocido agrónomo salió a disputarle la presidencia a otro advenedizo en las lides electorales: Mario Vargas Llosa. A un mes del primer turno apenas cosechaba un 2% de intención de voto. Era, en rigor, un personaje decorativo de una contienda que el narrador creía ganada de antemano. Sin embargo, Fujimori pasó al segundo turno y derrotó al candidato del Frente Democrático (Fredemo). No solo eso: con el correr de los primeros meses de Gobierno fue adoptando el programa neoliberal del autor de La ciudad y los perros.

Fujimori llegó a la presidencia por una combinación de hechos fortuitos, pero el Congreso era un territorio hostil. En 1992 lo disolvió con los militares en la calle para reprimir las expresiones de disconformidad. El presidente pintoresco de un castellano rudimentario devino entonces autócrata a partir del autogolpe. Lo puso en marcha bajo el argumento de que necesitaba herramientas para combatir a los terroristas de Sendero Luminoso y, además erradicar la corrupción. El «Chino» reformó la Carta Magna a imagen y semejanza y fue reelecto en 1995. Había derrotado al senderismo y capturado a su jefe, Abimael Guzmán. Había estabilizado la economía con un plan de choque. Los sectores populares le dieron su apoyo. El primer laboratorio del populismo de derechas regional se organizó alrededor suyo. Fujimori bailaba, utilizaba atuendos tradicionales. Por las noches, el sistema represivo, manejado por el coronel Vladimiro Montesinos, esparcía la intimidación por Lima y otras ciudades.

En 1997 se puso al frente de la liberación de 71 de los 72 reehenes que el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) había tomado en la casa del embajador japonés Morihisa Aoki. El secuestro se extendió más de cuatro meses. Fujimori recorrió triunfalmente la capital para celebrar la restauración del orden y pensó que se quedaría mucho más que 10 años en el Palacio Pizarro.

Caida irreversible

El Congreso, con mayoría fujimorista, le dio la llave para aspirar a una segunda reelección. Los comicios de abril lo encontraron, como Vargas Llosa una década antes, en la condición de favorito. El outsider fue entonces Alejandro Toledo, un profesor universitario que reivindicaba su origen ancestral. El «Cholo» fue, según varios medios de la época, el verdadero ganador de la contienda. Fujimori contó, sin embargo, victoria en el segundo turno y en medio de fuertes denuncias de fraude.

Comenzó su tercer período el 28 de julio. Enfrentó fuertes movilizaciones, entre ellas la llamada Marcha de los cuatro suyos (puntos cardinales), liderada por Toledo, una tentativa de insubordinación militar del oficial Ollanta Humala y su hermano Antauro, e innumerables revelaciones sobre los usos del poder en las sombras. Todo se derrumbó cuando salieron a la luz los videos que Montesinos, el Rasputín presidencial, grababa secretamente a distintas figuras de la política. El 21 de noviembre, Fujimori abandonó el país. Su renuncia fue comunicada mientras se escondía en Japón. Usufructuó de su condición de hijo de nipón para no ser detenido.

Siete años más tarde creyó que podía retornar a Perú. Su primera escala fue Chile. Allí lo arrestaron. Fue extraditado en 2007 y condenado en el 2009 a 25 años de prisión por los delitos de homicidio calificado con alevosía en las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, perpetradas en 1991. Para los tribunales, esos episodios fueron parte de un programa represivo de largo alcance cuya ejecución era centralizada por el exmandatario desde el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) que manejaba Montesinos. Sobre Fujimori también pesaron otras tres condenas firmes por hechos represivos. Nunca pagó los miles de dólares por reparación civil que le impuso los tribunales.

Una crisis sin fin

La caída de Fujimori no trajo la renovación anhelada en las calles. A pesar de las altas tasas de crecimiento económico los fracasos institucionales fueron la norma del siglo XXI peruano. Toledo, quien había construido una figura de dirigente irredento, se encuentra en la cárcel por hechos de corrupción. Alan García tuvo que abandonar Perú en 1992, retornó nueve años más tarde y fue presidente en 2006. Se suicidó en 2019 cuando la policía fue a buscarlo para ser arrestado. Humala, cuyo blasón como opositor al «Chino» lo llevó al Gobierno, también pasó por la cárcel. Kuczynski fue destituido. La misma suerte han corrido su sucesor, Martín Vizcarra, y el último de los utsiders de la trama política peruana: Pedro Castillo. Keiko se encuentra procesada por lavado de dinero. Ahora gobierna Dina Boluarte, quien tiene una popularidad del 5%. Ella, a pesar de provenir de la izquierda y dar una pirueta hacia la derecha, no se privó de ofrecer sentidas palabras a los hijos de Fujimori antes de que se conociera el desenlace. El Gobierno anunció que se encargará de las exequias. Anunció que este jueves la bandera se izará a media asta y se decretará duelo oficial.

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