Más allá de las diferencias, cualquiera que resulte vencedor se encontrará con una realidad compleja. Qué planes tienen y quiénes serán sus hombres.
De repente el deporte entró en la escena de la política en el camino hacia la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 22 de octubre. Aunque, hay que aclararlo para evitar cualquier tipo de ilusión, sólo se debió a la «motosierra» usada por uno de los candidatos –Javier Milei– cuando por TV anunció el «desguace» de varios ministerios, secretarías, direcciones y organismos y, entre ellos, el que hace convivir al turismo con el deporte (como si ambos tuvieran algo que ver). Se insiste: fue apenas un «acting» del candidato que más votos logró en las PASO, del que está en la pole para llegar a la Casa Rosada. Porque la realidad es que de «deporte no se habla». Al menos durante la campaña.
El deporte no está. No existe. No merece el debate. O al menos así lo piensa Milei y también Patricia Bullrich y Sergio Massa, los otros dos grandes postulantes a conducir el país al menos por los próximos cuatro años -también competirán otras dos fuerzas encabezadas Juan Schiaretti y Myriam Bregman-. ¿Que el deporte no es una cuestión de Estado? Seguramente no es el punto más acuciante para solucionar por la futura administración pero de ahí a que no deba ser parte de la agenda hay un camino largo para recorrer, más similar al de un maratón que a una prueba de 100 metros. El deporte necesita ese debate. Es necesario. Y no es tarde para comenzarlo.
Por lo que se sabe hasta ahora, Milei no tuvo siquiera un punto de contacto con ningún estamento del deporte argentino. Nada de nada. Lo único que lo vincula al deporte es su pasado de arquero en Chacarita. De eso pasó mucho tiempo y hasta ahí llegó. Es más: se sabe que muchos actores fundamentales del deporte miran con preocupación su posible triunfo final y ya hay gente que se mueve para «asesorarlo» de la mejor manera. Algunos hasta se atreven a aventurar un futuro muy negro si el candidato de La Libertad Avanza llega a ganar.
Tampoco Bullrich se acercó al deporte desde que anunció su precandidatura en Juntos por el Cambio. Aseguran que hubo un intento de organizar una reunión en Pinamar allá por enero pero quedó en la nada. El último referente del deporte en el gobierno de Mauricio Macri (que bajó el rango de secretaría al de agencia) fue Diógenes de Urquiza, alguien que conoce bastante del tema.
¿Y Massa? Si bien en la génesis de Unión por la Patria está el peronismo y el peronismo fue, desde su irrupción en la década del 40, el partido político que más trabajó por el deporte en los últimos 80 años de la historia argentina, también hay una gran incógnita -y un gran desconocimiento- alrededor del política deportiva que podría llevar adelante el actual ministro de Economía. Hay un dato para destacar: Juan de la Cruz Fernández Miranda fue un ex apertura de Los Pumas y de Hindú que en 2007 se lanzó a la política como candidato a concejal de Tigre avalado por el massismo. Desde ese momento, el ex rugbier siempre estuvo junto al candidato a quien lo unen lazos familiares: es primo hermano de Malena Galmarini (su mamá es hermana del padre de la mujer de Massa).
¿Y qué pasaría si, como pretende Milei, el deporte dejara de ser al menos parte de un ministerio? El problema sería aún mayor. Sobre todo para el deporte paralímpico, por ejemplo, que depende de las Escuelas deportivas. También desaparecerían los Juegos Evita, los programas de los clubes de barrio, la inversión en infraestructura deportiva. En fin, se estaría ante un panorama en el que podría volverse a la década del 70 cuando el deporte argentino competía con convenios internacionales con distintos países y se dependía de la buena voluntad de las potencias para recibir a los atletas de nuestro país.
De todos modos la estructura actual del deporte argentino no tiene razón de ser. Y no la tiene desde hace mucho tiempo por más buena voluntad que se haya puesto en algunos funcionarios -los que no tomaron al deporte como escala hacia otro lugar- o por más o menos dinero que se haya invertido. Lo que no hay es una política deportiva. Y eso es un déficit de décadas. Se sigue apostando al esfuerzo individual. No hay planificación. Y tampoco ganas de copiar lo que sucede en algunos países en los que la injerencia de la escuela es clave para el deporte.
La última estadística conocida acerca de cuántos chicos de nuestro país en edad escolar hacen deporte a nivel federado arroja que sólo el 0,88 por ciento lo practica fuera del colegio todos los días de la semana. Es más: si bien los estímulos aumentan desde el jardín de infantes hasta la secundaria, un alumno argentino del último año del último ciclo -17/18 años en promedio- sólo tiene dos clases semanales obligatorias de 60 minutos cada una, según los datos oficiales.
Igualmente, echarle la culpa sólo a la nula sinergia entre el deporte y la educación sería injusto de todos modos porque Argentina sigue siendo un país con una carente infraestructura en el área.
Por casa nadie parece haberse enterado que el deporte, más allá del nivel en que se lo practique, entierra lo peor de una sociedad (desde el sedentarismo y la obesidad hasta las adicciones y la violencia). Todos lo enuncian, es cierto, pero nadie pone las palabras en hechos concretos. Y a las palabras, se sabe, se las lleva el viento.
El tiempo se pierde entre gritos histéricos y debates livianos. Y el tiempo, claro, juega en contra desde hace rato.