Los hinchas del club catalán atraviesan sentimientos encontrados, con críticas al presidente Joan Laporta.
“Media Cataluña llorando a lágrima viva y la otra media maldiciendo”. Así define el ánimo con el que amanecieron millones de simpatizantes del FC Barcelona el columnista de la edición catalana de El Periódico, Emilio Pérez de Rozas.
Porque ya está. Ya pasó. Lionel Messi no va a volver, jugará en el Inter Miami.
En Barcelona, en los alrededores del Camp Nou, en obras que ponen los pelos de punta a la hinchada por los 2.800 millones de deuda que tiene el club, su nombre figura en la espalda de modelos casi vintage de camisetas del Barça. Pertenecen, sin posibilidad de error, a turistas melancólicos, como la parejita de musulmanes que llegaron en taxi hasta los puestos que venden memorabilia en la puerta del estadio: se bajaron a comprar por 10 euros una bufanda de Leo Messi, y volvieron al taxi.
Hoy, la que dice “Messi, the best of the world” (“Messi, el mejor del mundo”) cuesta menos que la que lleva inscripto sólo el nombre del club: 13 euros.
Muchos se ilusionaron cuando, a fines de mayo, Messi estuvo coreando temas de Coldplay en el estadio Lluís Companys de Montjuïc -el mismo que pasará a ser el del Barça mientras el Camp Nou esté en obras- durante el último de los cuatro conciertos que banda británica dio en Barcelona.
“El club nos ha engañado. Nos puso el caramelo en la boca. El presidente (Joan) Laporta llevaba semanas diciéndonos que el regreso de Messi era posible. Nos han estafado”, dice a Clarín amargado un catalán que asegura no ser fanático pero que sufre por no volver a ver a Leo con la camiseta del Barcelona.
“No va a volver a jugar una Champions. Es una pena”, lamenta.
En el local de tres pisos, Leo sólo figura en un mural del subsuelo. Con cara de nene, feliz y adelante de la copa, el mural recuerda al equipo que ganó la Champions en 2015.
Afuera, Maiol Roger se pasea con un Messi de cartón tamaño natural. “Perdí una apuesta y ahora me toca pagar”, dice Maiol, que es conductor de un programa en la televisión catalana.
Sobre las Ramblas, las únicas camisetas de Messi que se ven son las de la Selección Argentina. Aunque no oficiales, tienen las tres estrellitas y cuestan 20 euros.
“¿Messi? Ahora lo vendemos en llaveros”, ironiza uno de los vendedores paquistaníes que tienen casi exclusividad entre los negocios de souvenirs de Barcelona. Y ofrece un llavero con la camiseta del 10.
La prensa catalana, más cáustica, también apunta al presidente del Barça como el responsable del acuerdo que no fue. Aún recuerdan, con ironía, cuando Laporta aseguró en 2021 iba lograr convencer a Messi para que se quedara en el club. “Lo de Leo lo arreglo con un asadito”, dijo Laporta días antes de que Messi hiciera cambio de domicilio a París.
“Asado en Miami”, le retruca hoy a Laporta el diario La Vanguardia.
“Se va a una liga menos exigente donde podría compartir vestuario con Busquets o Jordi Alba”, insiste la tele.
En Miami, durante el tercer partido de las finales de la NBA del miércoles, las pantallas del Kaseya Center interrumpieron el marcador para recibirlo: “Welcome Lionel Messi”.
A 7.500 kilómetros de aquella bienvenida, Barcelona no tiene consuelo.