Por
Jorge Castro
Analista Internacional
El nuevo NAFTA (USMCA’s Agreement), firmado el 18 de agosto de 2020 entre EE.UU., México y Canadá por impulso de Donald Trump, implica la reformulación del espacio económico norteamericano a través de un extraordinario proceso de integración productiva en que lo esencial son las inversiones antes que el comercio.
El surgimiento del USMCA’s indica una aceleración excepcional de la globalización, que es la fase más avanzada de la integración mundial del capitalismo, guiada por un proceso vertiginoso de digitalización del sistema que ha creado una sociedad global en la que la regla es la instantaneidad, y donde la división “Norte/Sur” tiende a convertirse en una rémora del pasado, o algún anacronismo impropio del grado actual de revolución tecnológica.
El comercio bilateral entre México y EE.UU. ascendió a US$782.000 millones en 2022, el mayor del mundo, por encima del intercambio entre las dos superpotencias – China/EE.UU. – que alcanzó a US$582.600 millones en el mismo periodo; y si a esta cifra se le suma el vínculo entre EE.UU. y Canadá implica que el comercio internacional de la superpotencia con sus dos vecinos superó US$1,7 billones en esa etapa.
El espacio económico norteamericano reformulado por el nuevo NAFTA expresa la verdadera presencia del capitalismo estadounidense en el sistema mundial del siglo XXI.
La clave del nuevo NAFTA, que revela su condición de novedad histórica, es que es el resultado de un proceso de integración productiva, y no consecuencia de un intercambio tradicional de bienes.
Así, 87% del total de las exportaciones mexicanas – que ascendieron a US$380.000 millones en 2020 -, se dirigieron a EE.UU., y fueron constituidas por bienes de carácter fragmentado, lo que significa que son una parte inescindible y creciente del proceso productivo estadounidense.
Se trata de un fenómeno que denota un grado de integración verdaderamente notable en la historia del capitalismo, solo comparable por su magnitud y profundidad al que experimentó EE.UU. con el triunfo del Norte sobre el Sur tras la finalización de la Guerra Civil de 1861/1865; y que culminó históricamente en la década ’60 cuando la extensión de la refrigeración a la industria sureña se combinó con el colapso institucional de la discriminación racial; y entonces el mercado norteamericano se completó históricamente sobre las bases de las pautas más avanzadas del capitalismo.
De ahí que la cláusula fundamental del nuevo NAFTA es la que establece que las cadenas transnacionales de producción automotrices radicadas en México pueden exportar preferencialmente al mercado estadounidense en la medida en que los salarios de sus trabajadores adquieran los niveles de la economía norteamericana.
Esto significa que desaparece la ventaja comparativa esencial que tenía México por sus menores salarios en el antiguo NAFTA de 1994; y esto hace que la primera economía del mundo y el noveno país emergente del sistema tiendan a compartir los mismos estándares económico y tecnológicos a partir de 2019, en un formidable proceso de integración productiva que marca el rumbo de la relación entre los países emergentes y los avanzados en lo que resta del siglo XXI.
El USMCA’s no se trata, en suma, de un acuerdo de “libre comercio”, sino de una fase más avanzada del proceso de globalización, signada por las inversiones, el cambio tecnológico, y la equiparación de los salarios, todo esto con un criterio esencialmente “horizontalizador”, y ya no “dependiente” como ocurría en la etapa anterior.
Esta es la tendencia central de la época, guiada por la digitalización completa de la manufactura y los servicios – también denominada Cuarta Revolución Industrial (CRI) -, sin distinción alguna entre el “adentro” y el “afuera”, como era la regla en el capitalismo en su etapa meramente industrial.
Hay que concluir, en síntesis, que México, no obstante, sus enormes contradicciones sociales, regionales, y de seguridad (violencia y narcotráfico, ante todo) se ha convertido en parte integrante y potencialmente decisiva de la Región Norteamericana, transformada en la plataforma más avanzada del capitalismo contemporáneo, que solo compite con lo que expresa la integración de China, la segunda economía del mundo, con el mundo asiático.
La integración mundial del capitalismo en lo esencial se ha realizado; y encabezada ahora por la Inteligencia artificial y la Internet de las Cosas, ha desembocado en una sociedad global conducida por el criterio de la instantaneidad, que se orienta por necesidad a la búsqueda del arancel cero (0%) en el intercambio internacional.
En este sistema todo se basa en una competencia global cada vez más exacerbada fundada en una superior productividad de todos los factores, sinónimo de innovación.
La puja geopolítica actual entre China y EE.UU., con la Guerra de Ucrania y sus consecuencias, no pueden ocultar esta verdad esencial de la época, que ante todo ratifica la premisa de que “la unidad es mejor y más verdadera que el conflicto”, y por eso siempre se impone.