Vivimos en una época donde los directivos no tienen tiempo para pensar. Y si no piensan, no es porque no quieran; es porque están atrapados en un ciclo interminable de reuniones, correos electrónicos y decisiones rápidas. Este es el cáncer del liderazgo moderno: la incapacidad de detenerse a reflexionar. Se habla mucho de la necesidad de innovación y estrategia, pero ¿cómo puede florecer la innovación sin el tiempo necesario para la introspección?
Aquí es dónde surge una paradoja cruel: A medida que uno asciende en la jerarquía corporativa, se vuelve más vulnerable a no tener tiempo para pensar, lo que es contraintuitivo porque se supone que para dirigir una empresa deberías tener tiempo para pensar hacia dónde la quieres llevar. Quizás el lema del directivo moderno sea: Corramos!! De acuerdo…pero a dónde?
Los directivos de hoy han sido moldeados en un entorno de ejecución sin apenas espacio para la reflexión, lo que de alguna manera erosiona no solo su bienestar emocional sino que también afecta la calidad de sus decisiones. Es frecuente que en lugar de directivos los denominemos ejecutivos o ejecutivas…. a mi no me gusta tanto esa palabra porque parece que ejecutan…cuando en realidad deben dibujar una dirección.