El Festival Rachmaninov comenzó en Teatro Coliseo, en el marco Colón en la Ciudad, y el primero de los tres conciertos para celebrar los 150 años del nacimiento del compositor tuvo un gran inicio con el pianista Nelson Goerner y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, bajo la dirección de Srba Dinić.
Rachmaninov es quizás el compositor y pianista más popular del siglo XX, una popularidad que para algunos fue argumento suficiente para cuestionar la profundidad de su música. Contemporáneo de Schoenberg y Stravinski, el compositor ruso no quiso renunciar al poder expresivo de una buena línea melódica como declaración intensa del elemento humano.
Es cierto que en su música exuberante hay melodías efusivas, acompañadas casi siempre por una variedad de figuras derivadas de arpegios, que contrastan con momentos volcánicos de ritmos punzantes y frenéticos. Es fácil entregarse a una pura pasión efectista. Pero en las manos de un pianista con la inteligencia, sensibilidad y condiciones técnicas de Nelson Goerner, la música de Rachmaninov alcanzó una justicia estética.
El pianista Nelson Goerner y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, bajo la dirección de Srba Dinić.El programa contrastó una obra de juventud con otra de madurez: el Concierto para piano n°1 -el compositor lo escribió cuando tenía 17 años- y el Concierto nº4. Ambos son los menos tocados, pero no menos interesantes.
La noche abrió con la obra de juventud, que Goerner transmitió con frescura y espontaneidad, y se inicia en el piano con una cascada de octavas que atraviesa el teclado, a las que el pianista inyectó un brío intenso pero con un temperamento disciplinado. Nunca hay desbordes. Ni en los pasajes de bravura como en la cadencia. Fue asombroso lo que se escuchó: un efecto de acumulación de tensión implacable.
A modo de una cocción lenta, Goerner puede conducir la fuerza expresiva en la que logra sumergirnos como un encantador de serpientes. El segundo movimiento se fue abriendo desde un pequeño núcleo hasta desarrollarse como una preciosa meditación lírica. La comunicación fluyó siempre entre el pianista y la orquesta.
Todo está tan bien balanceado, como en el tercer movimiento entre un fraseo y cantábile delicadísimo, y una ferocidad rítmica implacable. Los densos acordes nunca suenan agresivos y se puede distinguir su riqueza polifónica por el trabajo sonoro del pianista. Con la orquesta mantuvieron un impulso vigoroso hasta la nota final.
Goerner logra alinear con libertad todos los elementos de la obra en una formalización coherente. Y hay también una conexión interna que mantiene entre los movimientos contrastantes, incluso dentro de secciones de un movimiento, lo que le da una organicidad particular a toda la obra.
Entre el solista y la orquesta hubo una gran sintonía a lo largo de todo el concierto.Lo mismo puede decirse del cuarto concierto, muy diferente a los otros no sólo por el lenguaje -la influencia del jazz se escucha en el tercer movimiento-, sino como búsqueda y realización pianística. La interacción entre solista y orquesta alcanza otra complejidad. En el primer y segundo movimiento, los menos demandantes, se destacó los cambios de color que Goener logra aún en los pasajes virtuosos, aprovechando el tono expresivo de cada registro del piano, del que pudo extraer sonoridades cavernosas.
El lirismo ascético del segundo movimiento no pudo tener tono más justo en la concepción sonora del pianista. La presteza y agilidad atléticas que requiere el tercer movimiento son muy exigentes. Pero en Goerner no se escucha el esfuerzo sino su conducción de la línea de fuerza rítmica. Es implacable y asoma, por el modo de acentuar, un swing de lo más vital.
Entre el solista y la orquesta hubo una gran sintonía a lo largo de todo el concierto, una colaboración con comprensión y empatía. El director serbio Srba Dinić supo conducir a la orquesta por las exigencias de gran virtuosismo que requiere el cuarto concierto, los cambios permanentes de compás y rítmicos, aunque en las altas velocidades las cuerdas fueron por momentos detrás del impulso del pianista.
El solista agradeció las largas ovaciones con Lilacs Op. 21 nº5.
El poema sinfónico La Roca abrió la segunda parte, la colorida pieza con gran sentido de la fantasía tuvo una actuación excepcional de la orquesta y una destacada actuación de todos los solistas.
Ficha
Calificación: Excelente
Festival Rachmaninov
Colón en la Ciudad
Concierto 1, Orquesta Filarmónica de Buenos Aires Dirección: Srba Dinić Programa: Conciertos Nº 1 y Nº 4 en Sol menor. El poema sinfónico La Roca. Lugar: Teatro Coliseo, Sábado 16 de septiembre