No es una típica tira de Polka. Ni se le parece a los planteos habituales de Cris Morena sobre historias con jóvenes. No pinta para semillero. Y, sin embargo, Buenos chicos -que acaba de estrenar El Trece, este lunes a las 21- salió de la usina de Adrián Suar, no tiene ni una pizca de su costumbrismo habitual, cuenta con un protagónico coral de actores que rondan los 20 (y pico de, en algunos casos) años y se mete en el tibio resurgimiento de la ficción nacional de esta era postpandémica con un producto diferente.
No porque sea rupturista, ni mucho menos, pero al menos en su primer capítulo se vio una apuesta corrida de los andariveles habituales: tanto de las tramas con adolescentes como de los tradicionales contenidos de la productora.
Acá hay una historia encabezada por gente joven, pero no entraría en el conocido molde de los relatos juveniles, tipo Verano del 98, Rebelde Way o Aliados. Y muy pegado a ese primer anillo de protagonistas -casi todos son caras desconocidas para la TV, algunos con paso firme por cine y teatro- asoma una segunda línea que sostiene desde el oficio. De hecho, corrieron 24 minutos del primer episodio hasta que apareció Gabriela Toscano, en la piel de la fiscal Eugenia Grenón. Y con un puñado de escenas quedó claro que, a veces, los años y la trayectoria no son en vano.
En este punto vale aclarar que entre los ocho actores de la primera línea se perfilan talentos interesantes, cuyas herramientas -algunas necesitarán pulirse más que otras- han quedado a la vista en este debut de buena factura audiovisual. Del octeto base, tuvieron un gran lucimiento inicial Carolina Unrein, en el papel de Eme, una chica trans que sufre intento de abuso sexual, y Santiago Achiaga como el Chino Lucero.
El grupo de amigos debate qué se hace con la plata robada. ¿Son buenos chicos?
Un relato generacional, apto para toda la familia
«Nunca pensamos que íbamos a terminar así», se oye decir a Zeta, el personaje que compone Tomás Kirzner, el hijo de Adrián Suar y Araceli González, que en esta historia le toca ser hijo de Toscano y de Luis Machín, la fiscal y el juez que están involucrados en el caso delictivo en que el están metido Zeta y sus amigos.
Tras esa primera frase del chico, una de sus amigas adelanta: «Nos cambió la vida para siempre». Otra: «Al principio éramos pibes como cualquiera. Gente común. Buenos chicos». Voces en off que acompañan la oscuridad de un operativo policial en el que todos quedan esposados, saliendo de un local de tatuajes, musicalizado con una impronta que atrae.
Enseguida llega el cartelito de «Seis meses antes». Boliche, más música (en libertad), más noche, y en cuentagotas van presentándose los personajes: Zeta se choca con una camarera (que luego verá en su casa, haciendo tareas de limpieza) y se deshace en disculpas y ternura, Camila brilla como DJ. Dogo, su novio, pinta como celoso y líder del grupo y quien armó la sorpresa para recibir a uno de los amigos de siempre, el Chino, que volvió de Boston, donde no pudieron pagar el tratamiento para que su padre se cure.
Eme (la actriz trans Carolina Unrein) en el umbral del peligro.Toda esta información, y un poco más, condensada en los primeros diez minutos, llegó de un modo más natural que el que suele usarse en la Argentina para desplegar el quién es quién de todo arranque. Aquí puede haber costado la identificación inmediata, porque además de conocer quién y cómo es cada criatura del relato, hay que ir descubriendo a los actores que los encarnan. Toto Kirzner es, seguramente, el que más rodaje tiene en pantalla chica.
En paralelo, las cámaras van de la pista y los tragos al principio del peligro, cuando se ve a Eme entrar en la boca del lobo. O en una casa a la que llega en moto, abrazada a un muchacho, y en la que la esperan dos más. «¿Cómo te autopercibís?», le pregunta uno. «Eme», contesta ella. Repregunta: «Eme de Martín o de María José?». De a poco, la tira va dejando ver los tópicos que irá abordando la ficción escrita por Claudio Lacelli y Willy Van Brook, y dirigida por Gustavo Luppi y Alejandro Ibáñez.
Un rato después, cuando los verdaderos amigos -entre los que está su hermano- dejan el boliche para ir a rescatarla, en la camioneta se da otro diálogo que intenta plantar banderas. «¿Ése es Emanuel?», tira el Chino, recién llegado de los Estados Unidos, tras cuatro años de ausencia. «De a poco se va animando, le cuesta», comenta otra. «Igual le está poniendo huevos», acota el supuesto líder. «Dale, amigo, no pinta nada el chiste ahora. Atrasa», pone los puntos el personaje de Toto Kirzner.
Zeta (Toto Kirzner), hijo de la fiscal Grenón (Toscano) y el jueza Cardone (Machín). foto: Ariel GrinbergLas frases sobre distintas situaciones que atraviesan a las nuevas generaciones se van desgranando desde la coloquialidad más que desde el ensayo social, pero sería alentador que no hubiera tantas por capítulo, como para no perder credibilidad. Los chicos de esta época no están permanente dando lecciones discursivas. Son más del hacer: incluyen o excluyen sin parafrasear tanto. Pero, a veces, se entiende, y más en un episodio de presentación, se apela a la exageración para fijar la idea.
En este primer episodio quedó claro que los Buenos chicos se metieron en problemas al vengarse de los bravucones que quisieron abusar de su amiga: destrozaron su casa, vivieron un descontrol, se llevaron 80 mil dólares y quedaron grabados. A partir de ahí entran a tallar sus padres (una fiscal, un polícía, un juez, entre otros), sus vínculos, sus sueños, sus frustraciones
Hay un hecho delictivo sobre el que gira la trama, pero luego se irán viendo las diferentes reacciones, las protecciones, las lealtades y las traiciones (acordémonos que en seis meses marchan presos) de estos chicos que, quién sabe, tal vez, también, tengan algo de malos. Pero, de movida, son los chicos buenos que vinieron a agitar las banderas de la ficción nacional, que no es un dato menor en esta época de ficciones turcas a toda hora.