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El show off de Sergio Massa, la advertencia de Juan Grabois y el último paso de Mauricio Macri

«Ah, ¿viniste con tu hija? Yo la quiero saludar —le dijo Cristina Kirchner a Daniel Scioli, en el final de la reunión que el miércoles mantuvieron a solas en el Senado, y avanzó hacia la puerta del despacho. Lorena, la hija del embajador en Brasil, había expresado su enojo tras las negociaciones por las fórmulas presidenciales que terminaron por marginar a su padre. El sábado, en Instagram, posteó una claqueta de cine en la que se leía “la traición”. Ahora, más tranquila, esperaba a la salida de la oficina de la vicepresidenta. Cuando se abrió la puerta, las mujeres se abrazaron. “¡Cuántos recuerdos!”, dijo Cristina. Las dos se acordaban del almuerzo en el que se conocieron, el 13 de enero de 2003, en El Calafate, con Néstor Kirchner ya lanzado a la presidencia. Ese día de presentaciones coincidía con el cumpleaños de Scioli. Poco después lo designarían candidato a vice.

Veinticuatro horas más tarde de aquel reencuentro en el Senado, Sergio Massa esperó a Scioli en la puerta del Palacio de Hacienda, junto a un camarógrafo y a un fotógrafo propios, que son como su sombra y parte clave de su estrategia. Las fotos obsesionan al ministro. “Si me dejás elegir la foto a mí, después pongan lo que quieran”, ha exagerado alguna vez frente a editores de diarios. El día anterior, cuando acordaron la reunión con Scioli, tuvieron la delicadeza de avisarle que viniera preparado para el show off. Al embajador, por suerte, mucho no le cuesta. Llegó caminando, solo y sonriente. Massa lo esperaba en la calle. Hubo abrazos, caricias y promesas de amor.

Bienvenidos a la campaña. Massa se propone cerrar las grietas de Unión por la Patria, que son varias porque los cierres de listas dejaron heridos y eso que aún muchas voces permanecen en silencio hasta ver cómo se acomodan las fichas. Por ahora, Massa se salió con la suya y vende futuro: bajaron a Scioli y él se quedó con la candidatura presidencial para la que venía trabajando desde el primer minuto en que asumió el Ministerio de Economía, aun cuando decía -y muchos le creían- que ambas funciones eran incompatibles y que su familia también se lo impedía.

Más allá de eso y de los números de inflación que lo exponen a ser el ministro que acumula los peores índices en 30 años, Massa disfruta del momento en el que se encuentra. Hace un año no tenía la menor chance de ir por la presidencia. Hoy no solo va: en un sector del frente oficialista y en ciertos ambientes del establishment, creen que puede ganar. Massa sostiene que si Patricia Bullrich derrota en la interna a Horacio Rodríguez Larreta sus chances crecerán mágicamente. “La gente buscará una opción moderada frente a Bullrich y Milei. Sergio será la única alternativa”, dicen a su lado.

Con ese argumento, entre otros, convencieron a gobernadores del PJ, a operadores políticos y a varios integrantes importantes del kirchnerismo para que apostaran por él. Todavía quedan anécdotas del cierre de listas y de la noche en que bajaron a Eduardo De Pedro y a Scioli.

El viernes 23 de junio al mediodía, a solo horas del anuncio, Scioli estaba reunido en sus oficinas de San Martín y Avenida Córdoba con Victoria Tolosa Paz, Enrique Albistur, Aníbal Fernández y Alberto Pérez. Demorado, y con razones que sus compañeros desconocían, llegó Santiago Cafiero. El canciller venía de la Residencia de Olivos. La noche anterior todos ellos habían cenado en La Ñata, tras el acto de lanzamiento.

Pero el panorama ya no era el mismo. Cristina y Alberto, sin verse ni llamarse, se pusieron de acuerdo en avanzar con la designación de Massa. Alberto Fernández terminó de convencerse cuando propuso a Agustín Rossi como vice y Juan Manuel Olmos, su vicejefe de Gabinete, le dijo que estaba aprobado. Ese día, Fernández mantuvo un almuerzo de dos horas con Héctor Daer, que venía de verse con José Luis Lingieri. Los dos sindicalistas trabajaron para concretar el deseo de Massa. El Presidente le ordenó entonces a Cafiero que fuera a transmitirle la noticia a Scioli.

Al llegar a sus oficinas, Cafiero se encontró con que Scioli y su mesa chica estaban analizando nombres de vicepresidentes para que lo acompañaran. Cafiero permaneció, incómodo, a la espera de que se abriera un hueco. Pero sus compañeros avanzaban como si nada. “Perdón, Daniel, tengo que decirte algo en privado”, interrumpió Cafiero. Se fueron a otra sala y le comunicó la decisión de Cristina y del Presidente.

Scioli reaccionó con un sobresalto. “¿Por qué no me lo viene a decir Alberto?”. Cafiero le contó que, como parte del acuerdo, les ofrecían dos puestos en la lista de diputados y un lugar para él en el Parlasur. “Yo soy presidente o nada”, respondió Scioli. Enseguida llamó a quienes estaban con él en la oficina. Ninguno podía creer lo que pasaba. “No hay que aceptar nada”, propuso Albistur. Aníbal Fernández se interpuso: “Callate, ¿cómo no vamos a estar si van todos en una misma lista?”.

Cristina no dijo toda la verdad cuando el lunes, sentada al lado de Massa durante la recuperación del Skyvan PA-51 -el avión utilizado durante la dictadura para los llamados “vuelos de la muerte” de la ESMA-, buscó quitarle protagonismo a los gobernadores en la decisión de apartar a Wado de la competencia. La ex presidenta leyó un mensaje light que “un gobernador” le había mandado por WhatsApp. El texto, aunque no lo dijo, pertenecía a Gerardo Zamora, el gobernador de Santiago del Estero. Lo que no contó fue que, cuando se reunieron en persona, Zamora le dijo que Wado medía entre cinco y siete puntos en su provincia. “Ni yo puedo votar la fórmula con Manzur”, le dijo. Varios opinaban como él.

La elección de Massa no impidió que Juan Grabois se convirtiera en candidato. Es parte de la estrategia para que no se esfumen votos a opciones de izquierda y, a la vez, una forma de autopreservación del cristinismo más puro. De un sector de La Cámpora, si es que se puede hablar de un sector y no de ex camporistas. Por estos días, en la agrupación no saben bien con cuánta fuerza abrazar a Massa. A Andrés Larroque lo dejaron sin nada, a Wado no se le va el malhumor por la mofa a la que fue sometido -por más que sonría en público y diga que él es un militante- y Máximo Kirchner se niega a posar con Tolosa Paz, su segunda en la lista, y a quien Cristina acaba de despreciar en público.

El bajo perfil de Axel Kicillof, que no es camporista pero supo tener buena sintonía con sus integrantes, también habla. Máximo sigue enojado con él y le vetó sus nombres para las listas. Massa procura frenar esa sangre y acallar a quienes coquetean de a ratos con instalar una discusión a cielo abierto. Mientras, intenta hacer acuerdos para frenar la suba de alimentos para bajar la inflación y negocia con el directorio del FMI, que pone trabas para los próximos desembolsos. La escasez de dólares resulta alarmante. Demasiados platitos en el aire.

Grabois es una piedra en los zapatos de Massa. Una advertencia. Aunque habló con él y acordaron una campaña sin chicanas, el fundador del Movimiento de Trabajadores Excluidos se presenta a la elección, justamente, para diferenciarse. “Cuanto más votos saquemos, más lo vamos a condicionar a un acuerdo para la elección general”, dicen cerca de Grabois. Las diferencias con Massa son notorias y en temas sensibles para la feligresía K.

Milagro Sala, por ejemplo. Grabois exige su libertad; Massa cree, o creía, que se trata de una delincuente y, a la vez, es amigo de Gerardo Morales. Venezuela es otro océano. Grabois considera que no es una dictadura; Massa, sí. Con la inseguridad pasa lo mismo: Massa venera a Rudolph Giuliani y dijo en algún momento que Zaffaroni vivía “en un frasco”; el kirchnerismo es afín al ex juez de la Corte. Lo mismo pasa con las posturas sobre cómo hay que pararse frente al FMI. En ninguno de estos temas se trata de matices. Por eso, quizás, a Grabois lo premiaron: le permitirán compartir las listas en provincias y en municipios. A Scioli se lo negaban.

Massa descuenta que ganará por amplio margen la interna y considera que será el más votado de todos en las PASO. Desde allí intentará reconfigurar su rol de cara a las elecciones generales. Apuntará al electorado de centro. En la oposición comienzan a tomar nota de esos movimientos.

Mauricio Macri estaba tentado a declarar su apoyo a Bullrich, a quien considera favorita, pero hoy medita mejor la decisión. Acaso no se pronuncie en público. Piensa en el día después de las PASO, cuando -si se da lo que él cree- el bullrichismo tenga que ir a sentarse con el larretismo a negociar. Si fuera al revés, si ganara Larreta, tampoco sería tan sencillo que la ex ministra se ponga la camiseta de su rival, con el que tiene -por lo que ella misma dice- cada vez más diferencias sobre “lo que hay que hacer” y sobre “cómo hay que hacerlo”. La interna Larreta-Bullrich ya dejó en claro que puede ser muy cruel.

Macri estudia su último paso para el 14 de agosto. Podría ofrecerse como mediador. Una suerte de garantía de que todos quieren, de verdad y no para la tribuna, expulsar al kirchnerismo del poder. 

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