Las cejas quirúrgicamente depiladas, la melena rubio yema, los ojos delineados como en óleo al agua. Muchas partes de la anatomía de Raffaella Carrà se reproducen en pinturas, pins, fondos de pantalla post mortem, pero es el efecto de su ombligo la herencia más importante. Ese «pupo» al descubierto que desafió al clero, cambió la historia pop de Italia, surcó la Argentina y es objeto de tesis universitarias, hoy cumpliría 80 años.
En Spotify apenas, la música de «Raffa» registra más de un millón de oyentes mensuales. Las métricas oficiales no hacen justicia, porque su sonido sigue expandiéndose en fiestas, emisoras de televisión, radios, discotecas. El famoso DJ francés Bob Sinclair, por ejemplo, se encarga de mezclar, resignificar y acercar los hits setentosos a la generación Z.
Mientras la fuerza arrolladora del mensaje se reproduce en «santuarios» virtuales, el duelo aparenta eterno. La catarata de homenajes prometidos son, a casi dos años de su muerte, esbozos sin fecha. La anunciada moneda con su cara brilla terminó en un chiste: el Ministerio de Economía italiano emitió hace días 15 mil monedas conmemorativas de cinco euros cuya figura parece un «meme», un dibujo mal trazado.
«Para el que hubiera sido su 80 cumpleaños no habrá necesidad de celebración especial. En la práctica, casi todos los días la televisión nacional retransmite extractos de sus inolvidables apariciones. El estado italiano la ha honrado con la emisión de un sello postal. Y los propios estudios de televisión de la RAI, los históricos, los más importantes, hoy llevan el nombre de Raffaella Carrà, una máquina perfecta del espectáculo, dotada de un gran alma.», llora desde Roma su colega Franco Simone, entrevistado por Viva.
«Su carrera artística ha sido una construcción monumental hecha de talento, compromiso, imaginación, rigor, todo aderezado con enormes dosis de humanidad. Se convirtió en la número uno, pero nunca dando codazos, nunca faltando el respeto a nadie. Solo para ella una vez se creó un famoso comercial con la expresión ‘la más querida por los italianos’. Y realmente fue así y lo es», sigue Simone, autor del inolvidable tema Paisaje, que aquí reversionaron Gilda y Vicentico.
Raffaella María Roberta tenía pánico al color violeta, las piernas aseguradas en millones de dólares y un slogan para definirse: «Ni santa ni vampira». Fumaba «como chimenea», su talón de Aquiles eran los casinos y su apellido real, una curiosidad poco difundida: Pelloni.
Al principio de su carrera consideraban que Pelloni (muchas veces distorsionado «Belloni») no tenía fuerza artística, y le sugirieron un homenaje al pintor piamontés Carlo Carrà. Aceptó a regañadientes.
Solía perder dos kilos tras cada show, amaba las rosas rojas, el póker y la música de Jorge Cafrune. Se declaraba «comunista» en su voto y «una mujer triste los días de lluvia». Podía comer hasta «cuatro platos de pasta por día» y viajar en avión con 5.000 kilos de «equipo de sonido, mallas y prendas de strass y lentejuelas».
El silencio fue su último regalo. Esconder la noticia de su cáncer de pulmón fue una última ofrenda, un secreto piadoso para no herir al público. Se sabe ahora, a casi dos años de su muerte (5 de julio de 2021) que Carrà pidió no preocupar antes de tiempo a esa tropa simpatizante, no lastimarla con un período de incertidumbre y agonía. «Se fue de puntitas», definió la hija de su ex, Bárbara Boncompagni. «Sin molestar, sin dañar a quienes la siguieron y la amaron todos estos años».
El destino de la herencia económica fue el gran misterio que desveló al periodismo italiano y un tema que logró mantenerse a resguardo. Finalmente fueron Matteo y Federica Pelloni, sus sobrinos, hijos de Renzo (el hermano de Raffaella, muerto en 2001 por un cáncer) los que recibieron en silencio una fortuna entre la que se contaban dos casas, la principal mansión de nueve habitaciones en la vía Nemea 21, en Roma, en el barrio de Vigna Clara. Semanas antes de morir, Carrà había donado un inmueble en La Toscana para fines benéficos.
La orfandad argentina
Iliana Calabró reconoce como musa a Raffaella, la incorpora en sus shows, toma prestados sus movimientos y sus canciones. En 2015 la imitó con valentía en Tu cara me suena (Telefe) y ahora la homenajea en un tramo de la obra Perdidamente (de Mariela Asensio y José María Muscari ). Sueña con un megatributo teatral, al nivel artístico de Ella, la pieza que en 2007 estrenó Valeria Ambrosio, un musical que rescataba la estética de los setenta, con Dan Breitman, Natalia Cociuffo e Ivana Rossi.
«Quise hacer el musical en Carlos Paz alguna vez, hace muchos años, pero el costo de los bailarines era muy elevado, me amedrentó el despliegue de la puesta», reconoce la mujer criada en una familia de costumbres sicilianas. «La amo y sueño con cristalizar alguna vez el proyecto, con esos temas únicos, Fiesta; Caliente, caliente; Lucas. Que se ilumine algún empresario», ruega.
Jorge Martínez, el mismo de las telenovelas La extraña dama y Verónica, el rostro del amor, suspira del otro lado del teléfono cuando se le nombra a la diosa de las nueve letras. El actor está preparando un libro autobiográfico, pero no piensa ventilar en un capítulo el romance que nació en el set de la película que protagonizaron en 1980, Bárbara, de Gino Landi.
«Nos presentaron en un salón del hotel Bauen porque íbamos a trabajar juntos y la vi como un ser alegre hermoso. Al día siguiente la llamé a hotel y le dije: ¿Querés conocer rinconcitos porteños?». La invitación generó un cosquilleo mutuo. El restaurante Los años locos de La Costanera, Caminito, el Rosedal de Palermo… Todos esos lugares fueron escenografías de un coqueteo que la prensa no logró registrar.
Seis meses de amor, tal vez más, tal vez menos. No hubo fechas puntuales, ni juramentos, ni proyectos. Él estaba separado de su primera esposa; ella, en un receso de la relación con Gianni Boncompagni. Tras el regreso de la rubia a Italia, la pasión se diluyó en esas llamadas de Entel de larga distancia tan costosas y como contaminadas por zumbidos.
Las dos grandes convivencias de Carrá fueron con Gianni Boncompagni, su manager y escritor de hits, con quien lograron una familia ensamblada junto a las tres hijas de él, y luego Sergio Japino, el coreógrafo de quien se enamoró bailando, su amigo «hasta el final», «el hermano» el que comunicó al mundo la muerte de la cantante.
Entre 1978 y 1982, los militares argentinos la miraban de reojo. Hacía bailar a abuelas, a monjas, a niños, pero sus coreografías sensuales parecían «contradictorias, peligrosas». En esos años de dictadura, aquí se cambió la letra de su hit relacionado al teléfono. 53-53-456 se llamaba la canción, pero como en estas latitudes ese número existía, se rebautizó 03-03-456.
A far l’amore comincia tu es la canción suya que en Spotify concentra más reproducciones históricas, más de 20 millones. Otro himno parecido, Hay que venir al Sur, el de la alegría desmedida que hace bailar a tímidos en casamientos, tuvo una historia de censura. «Para no tener inconvenientes en Buenos Aires, tuvimos que cambiar la línea que decía: ‘Para hacer bien el amor hay que venir al sur’ por ‘para enamorarse bien’. Otros tiempos de museo», se reía la bella «Signora».