En un muy demorado estreno, Cyrano, el clásico de Edmond Rostand, volvió al teatro San Martín donde conoció memorables versiones, esta vez con la actuación protagónica de Gabriel Goity, en un espectacular, aunque tedioso montaje que agobia por su lentitud, falta de humor y emoción.
Recordemos que, en el mismo teatro, a principios de los noventa se ofreció una excelente versión ideada por Claudio Hochman en clave infantil, con Federico D’Elia y Valeria Bertuccelli, entre otros. Sin olvidar la icónica con Ernesto Bianco, dirigido por Osvaldo Bonet, en 1977, verdadero éxito teatral, interrumpido por la muerte del gran actor, a quien se dedica este montaje.
Inmortalizado en el teatro y el cine, el auténtico y parisino Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655) fue un hombre a la altura de su personaje e incluso más controvertido de cómo lo retrataron. Su vida aventurera estuvo a la par con su producción literaria, en la que dejó volar su imaginación sin límites y caricaturizó ferozmente a hombres e instituciones sin importarle la posición que ocuparan. Con solo 36 años, dejó una profunda huella en el arte: Molière se inspiró en sus obras satíricas -o según algunos, las plagió-, el escritor Arthur C. Clarke lo alabó como un pionero de la ciencia ficción por su obra El otro mundo, en la que describe en primera persona un viaje a la Luna y otro al Sol.
A su vez, Edmond Rostand inmortalizó su faceta aventurera y descarada, y lo rescató como prototipo de héroe romántico. La pieza de Rostand, estrenada en 1897, se basa libremente en su vida y nos presenta a un soldado poco agraciado, acomplejado por su gigantesca nariz, inquieto y bravucón, culto y poeta. Un filósofo de la libertad que no titubea ante el peligro, pero es incapaz de confesar el amor que siente por su bella y caprichosa prima Roxanne.
El Puma Goity, protagonista de la puesta. Fotos Gentileza CTBA / Carlos FurmanEn la conocida trama, la joven está enamorada de Christian de Neuvilette, apuesto cadete, aunque poco ingenioso. Por eso, Cyrano pacta con él escribirle cartas de amor a la muchacha, como forma de expresarle sus sentimientos. Impresionada por el vuelo poético de las misivas, ella confiesa conmovida que, si bien el amor comenzó por el atractivo físico, ahora lo es por su alma y lo amaría, aunque fuese feo. Oriundo de la ópera, el director Willy Landin, que aquí se multiplica en tareas como traductor, adaptador, diseñador de vestuario, compositor de la música original, cocreador de la escenografía, la iluminación y las imágenes audiovisuales, nada menos, impone una puesta de época que privilegia lo estético, pero carece por completo de ritmo.
En las más de tres horas que dura el espectáculo, intervalo incluido, las escenas grupales o íntimas se suceden con pasmosa lentitud y, problemas de sonido mediante, se pierde por momentos la comprensión y la progresión narrativa de las mismas. Encima, los cambios de un acto a otro se prolongan demasiado a la vista del espectador, sin que suceda nada relevante.
Un asunto irresuelto es que las escenas se suceden con lentitud.
Los pilares que faltan
No obstante, lo más llamativo es que, en el resultado final, están ausentes los pilares fundamentales que sustentan, aún hoy, la fama universal de este clásico: el humor y la emoción. Ni siquiera alcanza con la ironía del protagonista y la del texto, o la hilaridad de algunas situaciones. Así como tampoco conmueven las profundas confesiones de amor e injustas muertes en escena de Christian y Cyrano.
Librados a su suerte, el desempeño de los actores sólo se sustenta en su propio oficio, ya que en muchos momentos están en escena sin realizar acciones físicas, en un incómodo estatismo. Por eso, emergen intactos, aunque solitarios, las proverbiales capacidades de Mario Alarcón, Daniel Miglioranza, Iván Moschner y Mariano Mazzei.
Finalmente, al talentoso Gabriel Goity, en este protagónico que confesó haber soñado encarnar, se lo nota incómodo y sin contención del director, a pesar de breves chispazos en los que afloran tanto su comicidad como genuino dramatismo.
«Cyrano»
Regular
De: Edmond Rostand. Traducción, adaptación y dirección: Willy Landin. Con: Gabriel Goity, María Abadi, Mariano Mazzei, Mario Alarcón, Daniel Miglioranza y elenco. Sala: Teatro San Martín, Sala Martín Coronado, Av. Corrientes 1550.
POS