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Diario de viaje del Mundial de rugby, día 47: el Louvre ese lugar de historia universal en el que todos hinchan por la Gioconda

Y un día se abrieron las puertas del Louvre en medio de la cobertura de Los Pumas en el Mundial de rugby de Francia 2023. No alcanzan cuatro horas para recorrer los diferentes niveles y la cantidad de información que encierran las salas que se reparten en los palacios que albergan los rastros de diferentes eras de la civilización humana. Así de descomunal es la experiencia.

París cabía en lo que hoy es el Louvre. El subsuelo del Museo está enclavado en la fosa que en la edad media el rey Felipe Augusto hizo construir para volver impenetrable la fortaleza amurallada hace… 800 años. Desde sus cimientos el lugar encierra historia.

Es absolutamente extraño tener a la Venus de Milo enfrente de uno. Poder mirarla y sentirse observado. Caminar unos pasos y toparse con Atenea. Voltear y descubrir a Zeus. Subir un nivel, conocer la cultura egipcia y mirar detrás de un cristal objetos conmovedoramente reales de otra era, cuando el mundo era muy distinto. Sumergirse en las maravillas de Oriente y la poco conocida, para Occidente, riqueza de Irán.

Es el museo más grande del mundo y encierra fragmentos universales. La mayoría llegó obviamente tras saqueos militares y otra porción a partir de donaciones y vínculos de procedimientos bañados por buenas prácticas civilizadas. Una de las alas deja ver las habitaciones de la realeza en diferentes épocas. El nivel de lujo sigue ofendiendo la moral de los plebeyos contemporáneos del mundo entero.

Atenea y visitante en el museo del Louvre. Foto: Emmanuel Fernández / Enviado especialAtenea y visitante en el museo del Louvre. Foto: Emmanuel Fernández / Enviado especialIgual que los músicos obligados a tocar su hit en algún momento del concierto, el Louvre tiene su propia estrella. Sí, La Gioconda. Cuenta con cartelería propia para calmar la ansiedad de los diferentes contingentes que llegan para admirar su mirada. O intentarlo, porque es un cuadro diminuto sobre una pared de una sala enorme y siempre colmada.

Es el único lugar de los 60.000 metros cuadrados que albergan más de 35.000 piezas en el que hay personal que intenta que la contemplación sea fugaz y despacha a los visitantes con la misma urgencia que en los accesos a las canchas argentinas, aunque sin bastonazos.

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