Ginés González García murió este viernes a los 79 años. Sanitarista por formación, desarrollo vocacional y praxis profesional, fue siempre un defensor de la salud bajo tutela del Estado, sobre todo en lo relacionado a la atención primaria de la sociedad y a los sectores más vulnerables de ella, chicos y viejos, segmento poblacional siempre transitando en los márgenes del sistema, falencia crónica de acuerdo a las estadísticas argentinas de los últimos cincuenta años.
Aunque ya había desempeñado puestos en el área de salud en provincias como San Luis, sería una frase suya, allá por la década del 80 en la gobernación bonaerense de Antonio Cafiero, la que, podría decirse, empezaría a darle notoriedad ante la opinión pública y que llevaría como bandera de todas las administraciones que luego tendría a su cargo: “La salud es, sin lugar a dudas, un hecho público. La gestión podrá ser estatal o privada, pero la salud de la gente siempre es un hecho público y debe estar orientada y administrada por políticas públicas”, diría en tributo a la matriz del pensamiento médico de su admirado Ramón Carrillo, ministro de Salud del primer peronismo, primero en ejercer ese cargo en la Argentina.
Ginés fue uno de esos profesionales que concibió la salud no como ausencia de enfermedad, sino como parte de un ecosistema sanitario, integrado a la familia, la educación, la vivienda y el sistema hospitalario. Contrariaba, en suma, el lugar común de “basta la salud”. Era necesario el acceso a ella, tarea de los elencos gubernamentales por excelencia.
Su vida tuvo en la política y en la medicina las dos grandes avenidas por las que supo circular siempre. Caminos paralelos ambas, pero que convergieron en muchos puntos y desde allí iría construyendo su destino. Por esas paradojas del azar, las relaciones tóxicas, errores propios y algunas lealtades no correspondidas, terminaría sus días con gusto amargo. Sabor a manso enojo. Se despidió, sobre todo, con una amargura que había calado hondo en su conciencia. Un calvario que lo hizo sufrir tanto, o más, que la enfermedad que le arrebató la vida.
La política, finalmente, le había manchado su largo cursus honorum en la medicina: fue el kirchnerismo con las ingratitudes y el maltrato propios de su sistema de valores, el que lo terminaría transformando en un paria político y un chivo expiatorio de sus mafias y mandaderos, unos peores que otros. Aun con una responsabilidad imposible de desdeñar como ministro, aquel escándalo con el vacunatorio, en plena expansión del virus Covid-19, allá por febrero de 2021, permitió a un grupo de privilegiados, todos funcionarios o del entorno gubernamental en máximo grado, acceder a dosis de la vacuna Sputnik V, la única disponible entonces en el país.
Cargó toda la responsabilidad y por esa irregularidad política y ética sería procesado. Todos a su alrededor, y quienes planificaron las “dosis selectivas” de las vacunas, mirarían para otro lado. El presidente, Alberto Fernández, y su entorno más íntimo, como Vilma Ibarra y Santiago Cafiero, pronto encontrarían en la segunda de Ginés en el Ministerio de Salud, Carla Vizzotti, cuyo padre era muy amigo de Ginés, la sucedánea para procurar que todo pasara al olvido lo más pronto posible.
Ginés aceptaría ante los más íntimos, sobre todo en los días finales, que él había evaluado mal cuestiones en el desarrollo y las consecuencias devastadoras del virus y la pandemia. Que pensó que el virus no llegaría al país y, al corregirse, evaluó que no lo haría con tanta virulencia y magnitud. Después, se vería enredado en cuestiones más políticas que de orden médica y de gestión de los laboratorios. Se fue de la vida sabiendo que en eso se había equivocado. También, con la convicción de que lo “habían “abandonado políticamente”. La dos cosas fueron ciertas.