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La crisis, la rebelión en la UCR y las confesiones de medianoche en la Quinta de Olivos

«¿Me creés que me paro y hago un show?”, le preguntó el radical Mariano Campero a Martín Yeza, en el quincho de la Residencia Presidencial de Olivos, el martes, pasadas las diez de la noche, frente a la plana mayor del Gobierno. “Dale, hacelo”, le respondió el macrista. Los diputados participaban del asado en homenaje a “los 87 héroes”, como calificó Javier Milei a quienes impidieron que la oposición obtuviera los dos tercios de los votos en la Cámara de Diputados para frenar el veto contra la ley de movilidad jubilatoria. Campero, uno de los cuatro legisladores suspendidos el lunes por la Convención Nacional de la UCR por su conducta en aquella votación, se puso de pie y caminó hacia la cabecera de la mesa. “Permiso, Presidente, ¿puedo decir cuatro palabras?”, interrumpió. Luego, le dirigió la mirada a Karina Milei: “Permiso, jefe”. Los hermanos asintieron con un gesto. Campero alzó entonces una copa y le empezó a dar golpes con un tenedor. Se hizo rápido un breve silencio. El tucumano pidió el micrófono y pegó un grito de euforia: “Señores, ¡viva la patria!”.

Milei pasó de la sorpresa inicial a la jarana: “¡Viva! -se plegó- ¡Viva la libertad, carajo!”. Unos minutos antes, al darles la bienvenida, el primer mandatario había arengado a sus invitados: “Este es un scrum que sirvió para sostener el equilibrio fiscal y tiene que convertirse en algo más fuerte. Los invito a que vayamos todos juntos en 2025 para aplastar al kirchnerismo”.

El líder libertario pareció plantear así, por primera vez en una mesa grande, la posibilidad de ampliar La Libertad Avanza rumbo a las próximas legislativas, algo que hasta hace un tiempo -en el mejor de los casos- sólo estaba reservado para el PRO. Una cálida bienvenida a la casta. Una más, en verdad, después de las reuniones que el propio Milei encabezó la semana pasada con diputados y senadores de la oposición y de los mensajes privados que cruzó con varios de ellos -y con algún gobernador- para agradecerles el compromiso de apoyar el veto, es decir, de modificar su posición, como ocurrió -entre otros- con los cinco radicales que primero votaron a favor del incremento para los jubilados y luego respaldaron el veto presidencial que lo cancela.

Lo que asomaba imposible ahora ya no lo es: los libertarios coquetean con la chance de arrebatarle una porción de dirigentes a la UCR que conduce Martín Lousteau, por quien Milei profesa un sentimiento muy parecido al odio, que lo lleva a meterse con episodios pasados de la vida privada del senador. “Con el PRO adentro y un sector de los radicales, el año que viene arrasamos y cambiamos la fisonomía del Parlamento”, se entusiasmó en la noche de Olivos uno de los integrantes de la mesa chica del poder. Otros piden mesura. “Son radicales”, insisten.

Por lo pronto, la movida mileísta que arrancó con aquella selfie en el despacho presidencial con -además de Campero- Martín Arjol, Luis Picat, José Federico Tournier y Pablo Cervi derivó en un cimbronazo en el partido fundado por Alem. Obligó a una reunión de bloque, el martes, que terminó con gritos y la amenaza de ruptura. Los 33 radicales se habían juntado para debatir cómo posicionarse frente al oficialismo y qué hacer con quienes se sienten atraídos por el rumbo político actual. Desde luego, no hubo acuerdo.

Durante las deliberaciones se dieron situaciones curiosas. Una de ellas: Arjol reveló que le habían filtrado un audio de WhatsApp de Gastón Manes, el presidente de la Convención, en el que el titular del cuerpo decía que había que correr a los diputados rebeldes porque “nos van a joder en la estrategia electoral de Provincia y Ciudad de Buenos Aires”. Lo puso en altavoz, como si fuera un programa de chimentos, pero antes de hacerlo se permitió un poco de sarcasmo. “Acá tengo un audio de Gerardo Manes…”, dijo. Cuando lo corrigieron y le avisaron que se llamaba Gastón, Arjol dijo: “Ah, sí, Gonzalo Manes” y, ante las risas de varios de los presentes, insistió: “Disculpen, quise decir Gustavo Manes”.

El jefe del bloque en Diputados, Rodrigo de Loredo, que se propone como un pivoteador que procura mantener la paz, había llamado ese día a los rebeldes para que no concurrieran al asado. “La cena no tiene importancia, pero, si van, se puede interpretar como que se está armando un interbloque de 87 diputados”. Cuatro desistieron. “Me están presionando mucho, prefiero bajarme”, le dijo Arjol a un integrante del Ejecutivo. “Yo voy. Di mi palabra”, desafió Campero. El diputado asistió con una botella de Trumpeter reserva malbec que compró de pasada. Fue menos pudoroso Damián Arabia, del PRO, que llegó con una ensalada de papa y huevo a Olivos y que, antes de irse, reclamó la fuente. “¿Dónde está? Me la regaló mi vieja”, se excusó. Todos pagaron el cubierto, fijado en 20 mil pesos. Guillermo Francos abonó el de Santiago Caputo, que fue sin tarjeta de débito ni dinero en efectivo. “Para sellar la amistad”, dijo el jefe de Gabinete.

Los diputados abandonaron la Quinta pasadas las 23, aunque algunos se quedaron charlando en los autos hasta cerca de la medianoche. Al salir vieron que la información del encuentro ya estaba publicada en los portales. El mensaje estaba dado. Quienes prepararon el agasajo se ocuparon de que cada invitado tuviera un número por el que los identificaba el personal de seguridad de Olivos al entrar. Luego, les daban una silla específica en la mesa. Los diputados entendieron el significado de tanto cuidado cuando recuperaron sus celulares y se vieron en las fotos de los diarios.

Antes de pasar al salón, los habían obligado a dejar sus aparatos en una bolsa de plástico que contenía el nombre de cada uno. Los habilitaban a recuperarlo si dejaban el quincho. Algunos lo hicieron cuando salieron a fumar. Al menos dos de ellos se tentaron con hacer fotos de los jardines y se toparon con una situación incómoda, al ser interceptados por los custodios. ¿Será cierto que les hicieron borrar las tomas?

Milei transmitió durante la cena lo que sostiene en las citas con empresarios y lo mismo que deslizó en el discurso del domingo a la noche, cuando presentó el Presupuesto. Que el déficit cero es innegociable, que la inflación está en un proceso a la baja, que el índice mensual de suba de precios llegará pronto a converger con el dos por ciento que sube al dólar oficial por mes. Después de eso -asegura- se buscará avanzar con la eliminación del cepo y la baja de impuestos.

En el entorno presidencial consideran que la puesta en escena en el Parlamento, que recibió el apagón de miles de televidentes -que prefirieron irse a dormir o a las plataformas de cine-, sirvió para tranquilizar los mercados. El riesgo país bajó a 1.319 puntos y los dólares financieros se establecieron en niveles similares a los que había cuando Milei juró su cargo, el 10 de diciembre del año pasado. La brecha cambiaria entre el Contado con Liquidación y el oficial bajó al 25%, cuando en julio era del 55%.

Suena lindo el relato, pero la economía genera penurias cotidianas en una gran parte de la población, que se siente asfixiada por la rigurosidad del ajuste y por una promesa de recuperación que no llega. Incluso, en un sector del electorado anti K, que buscó en Milei una salida y ahora la sufre. Las encuestas que consume el Ejecutivo advierten una tendencia a la baja en la popularidad presidencial.

Se entiende. La caída de la actividad económica y de los ingresos exhibe en el segundo trimestre de este año que más gente salió a buscar trabajo y no lo obtuvo. En un año, la desocupación trepó de 6,2% a 7,6% y el subempleo de 10,6% a 11,8%. El consumo es otro factor de alerta. La caída no encuentra piso, como prometía el Gobierno. Un informe de la consultora Scentia muestra que en agosto hubo una merma interanual del 17,2% en las ventas de supermercados y autoservicios, el peor registro para un mes en una década.

La oposición más dura no estaría capitalizando el descontento. Cristina se aboca a sus clases magistrales y confronta con La Libertad Avanza, pero le cuesta sostener la atención. El kirchnerismo y el PJ están enfrascados en sus propias disputas. Sergio Massa, que amagó con volver con un acto, postergó su reaparición después de las denuncias de Fabiola Yañez a Alberto Fernández por violencia de género.

El que sí volvió fue Máximo Kirchner. Dio un discurso en La Plata sobre un escenario en disposición 360°, como los que usaba el PRO en 2015. El hijo de Cristina se dedicó a atacar a Axel Kicillof, el principal gobernador de Unión por la Patria. Una presentación pensada solo para un reducido grupo de fanáticos. Los kirchenristas no camporistas lo criticaron fuerte en las redes. “En lugar de construir, destruye”, se leía. Cristina no tiene sucesores a la vista.

Son ayudas extra para Milei en tiempos de crisis y, también, de errores no forzados. El jefe de Estado viene de presentar casi con algarabía el veto al incremento de los jubilados. Una cosa es el objetivo fiscal y otra que se relama del ajuste. No son imágenes saludables para quienes no llegan a fin de mes. Alguien se lo advirtió al Presidente. Para colmo, el papa Francisco se coló en la política doméstica -de la que nunca puede ni quiere apartarse- y disparó desde Roma que el Gobierno “en vez de pagar justicia social pagó el gas pimienta”. Milei ordenó no confrontar.

En las próximas horas podría sobrevenir otra decisión oficial con riesgos. Milei se prepara para un “veto total” -así lo anunció por la red social X el 13 de septiembre- a la ley de financiamiento universitario. Funcionarios importantes le sugirieron que lo pensara dos veces por temor a protestas masivas. La educación pública es demasiado sensible para los argentinos. Milei les contestó: “Tengo que hacerlo”.

Como si estuviera predestinado.

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