Se pudo ver el pasado uno de mayo, cuando en España conocimos la noticia de su muerte, y se ha podido ver de nuevo este lunes en Madrid, con la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes llena hasta la bandera y una emoción contagiosa flotando en el ambiente. Paul Auster no solo ha sido uno de los grandes autores de nuestra época, también ha sido uno de los más queridos por el público. Un creador adorado por esa legión de lectores españoles que comenzó a cultivar a mediados de los 90, con la publicación de ‘La trilogía de Nueva York’ (Anagrama, 1996), y que dejó huérfanos, con una insoportable sensación de abandono, cuando descubrieron que ‘Baumgartner’ (Seix Barral, 2024), su última obra publicada, era en realidad el testamento literario y personal del escritor neoyorquino.
Quizá todo ese torrente de afecto que se ha podido observar desde la pasada primavera se deba, más allá de lo literario, a esa amabilidad, humanidad y generosidad del autor que todos los presentes destacaron durante el homenaje organizado por la editorial Seix Barral y el propio Círculo, y en el que participaron los escritores Inés Martín Rodrigo, Enrique Vila Matas, el también cineasta David Trueba y la editora en español de la última etapa de la carrera de Auster, Elena Ramírez. Auster fue un autor que cayó bien, un seductor quizá involuntario que sabía dar a sus lectores lo que querían a través de sus libros pero que también sabía tratar con ellos cuando la ocasión lo permitía, ya fuera en los encuentros que mantuvo con su público o en sus apariciones en prensa.
Pero el protagonismo esta noche era para SiriHustvedt, viuda de Auster y también una autora de enorme prestigio a la que acompañaban, desde la primera fila, la cantante Sophie Auster, hija de ambos, que interpretaría una canción en recuerdo de su padre para cerrar el acto, su marido el fotógrafo Spencer Ostrander y su hijo Miles, que apenas tenía cuatro meses cuando el escritor, su abuelo, falleció. Hustvedt leyó un texto escrito para la ocasión tan tierno como divertido, y que se mantuvo lejos de todo sentimentalismo porque, dijo rotunda, «tal y como se usa esa palabra ahora, abarata la vida y la muerte, y envuelve en falsa dulzura la verdad que nos atemoriza».
«Los libros no sustituyen al hombre vivo»
La autora evocó los meses pasados desde el fallecimiento de su marido, un acontecimiento que para su disgusto fue público desde un primer momento: que se conociese antes de que la familia tuviera la oportunidad de comunicarlo fue algo que en su momento la enfureció, y así lo dejó claro en redes. Más tarde vinieron las condolencias. «Después de que Paul muriera, muchas personas me han dicho con la mejor intención que él vive en su trabajo», contó Hustvedt. «Esto es cierto y encuentro consuelo en ello. Pero no altera el dolor ni un ápice. Para aquellos de nosotros que amamos a Paul, sus libros no son un sustituto del hombre vivo que respiraba«.
De Auster recordó Hustvedt que, más allá de su marido, «fue el escritor con quien tuve un diálogo intenso y continuo durante 43 años, un ir y venir que nos influyó y cambió a ambos. Leí atentamente sus libros, como él hizo con los míos. Era una persona profundamente ética, políticamente astuta, enormemente amable, y genuinamente bondadosa». Dijo la autora de ‘El verano sin hombres’ que, como pasa con la mayoría de los grandes escritores, buena parte de su trabajo iba brotando de lugares inconscientes. «Cuando estaba escribiendo su última novela, ‘Baumgartner’, me iba leyendo el libro en voz alta sección por sección. Antes y después de esas lecturas me decía una y otra vez: ‘No tengo idea de lo que estoy haciendo‘». En esas ocasiones, ella simplemente le decía que siguiera adelante.
Volviendo a lo personal, Hustvedt concluyó haciendo un cariñoso balance de la relación con su marido. En los últimos días antes del desenlace final, cuando Auster ya no podía hablar pero todavía podía escucharla, lo que a ella le parecía más importante que él supiera era cuánto se habían divertido juntos. «¡Nos lo hemos pasado tan bien!», subrayó la escritora. «¿Cómo fue estar casada con Paul Auster? Fue divertido», dijo antes de que el público rompiera en aplausos.
La conexión española
Fruto de ese azar que tanto trabajó Auster en sus libros, él y Hustvedt se conocieron la misma noche en que en este país se perpetraba el golpe de estado del 23F, y mantuvieron siempre una fuerte conexión con España. Los dos se hicieron con el Premio Príncipe y Princesa de Asturias de las Letras, en 2006 y 2019 respectivamente, realizaron visitas frecuentes y mantuvieron contacto con los amigos de aquí.
Uno de ellos fue Pedro Almodóvar, que no pudo estar este lunes en el Círculo de Bellas Artes porque está en Londres presentando su nueva película. Marta Fernández leyó una carta enviada por el director de cine en la que este evocaba cómo conoció a Auster en el festival de Cannes de 1997 y él fue casi incapaz de articular palabra por su inglés macarrónico de entonces y por cuánto le intimidaba después de haber quedado deslumbrado con su ‘Trilogía de Nueva York’. La siguiente vez que lo vio, en el mismo festival francés, encontró al también director de cine afectado por el mal recibimiento de su película ‘Lulu On the Bridge’, pero ya pudieron charlar y conocerse mejor. A partir de entonces mantuvieron una amistad que se plasmó en encuentros en la casa de él y de Hustvedt en Brooklyn o en los estrenos de las películas del cineasta manchego en el Lincoln Center, con «Siri convertida en mi neuróloga personal porque los dos padecemos migrañas».
En aquel ‘brownstone’ de Brooklyn estuvo también en varias ocasiones Vila-Matas, que con su personalísimo estilo evocó la primera vez en que la que fue a cenar y se sintió «como si fuera a la casa de Scott y Zelda Fitzgerald». «Estaba feliz en Nueva York y ya en casa de Paul y Siri me sentí en la felicidad total. Pero bostezaba», recordaba el autor catalán para regocijo del público. «Todo era culpa del ‘jet lag’. Cuando conseguí dominar los bostezos, me asaltó una preocupación gravísima. Eran las dos de la madrugada y pensé: ‘estoy en Brooklyn, ¿cómo voy a volver a Manhattan?’. Me sentí como en ‘La trilogía de Nueva York’. Cuando expuse este problema, Paul me dio la solución más simple del mundo: ‘No te preocupes, vamos a pedir un taxi’. Y así se calmó mi preocupación». Otra carcajada del público.
Dijo Inés Martín Rodrigo en línea con lo que había contado Hustvedt, a la que conoce bien después de haberse encontrado en diferentes ocasiones, que «todos tratamos de consolarnos pensando que Auster sigue vivo en sus libros, pero eso corre el riesgo de transformarse en esa cosa tan odiosa que son las frases hechas. Por supuesto seguiremos leyendo a Auster, pero lo más duro es la certeza absoluta de que no leeremos un libro nuevo de Paul Auster«. Y en lo mismo incidió David Trueba cuando bromeó recordando a otro ilustre neoyorquino, Woody Allen, que dijo aquello de «no quiero vivir en la posteridad, preferiría seguir viviendo en mi apartamento de Nueva York». Seguro que Auster también preferiría seguir en esa biblioteca de su casa donde, había recordado su mujer un rato antes, decidió pasar las últimas horas de su vida reunido con sus seres queridos. Pero al menos, este lunes, la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes se le parecía bastante.